-No puedo evitarlo- Dijo ella mientras encendía un cigarro y fijaba la vista en la nada.
-¿Por qué eres así?- Le había preguntado él con la voz rota de desesperación.
Lo miró una vez más antes de volver a ensimismarse en el horizonte. Él daba pasos nerviosos a su alrededor, tratando de cercarla inconscientemente. Cualquier cosa que ella dijera le sacaría de quicio, su silencio tranquilo también lograba el mismo efecto, y aún así, creía amarla como no imaginaba que se pudiera amar a criatura alguna.
Ella lo sabía, por eso elegía permanecer callada. Sabía que por mucho que lo deseara, nunca podría amarle… la necesitaba demasiado.
-Casémonos!!- le suplicó él, casi gritando y con las lágrimas brotando irremediablemente de sus ojos.
Ella sintió un escalofrío que consiguió disimular y esta vez, le miró fijamente. Quería estar en cualquier otro lugar, pero permaneció quieta frente a él, más hermosa que nunca a sus ojos, clavándole una mirada con la que intentaba decirle un millón de cosas que a él jamás le consolarían.
Impaciente, al final, completamente fuera de sí, acabó por irse dando un portazo que a ella le marcó el alma, no sin antes maldecirla por el resto de sus días.
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-¿Por qué eres así?- Le había preguntado él con la voz rota de desesperación.
Lo miró una vez más antes de volver a ensimismarse en el horizonte. Él daba pasos nerviosos a su alrededor, tratando de cercarla inconscientemente. Cualquier cosa que ella dijera le sacaría de quicio, su silencio tranquilo también lograba el mismo efecto, y aún así, creía amarla como no imaginaba que se pudiera amar a criatura alguna.
Ella lo sabía, por eso elegía permanecer callada. Sabía que por mucho que lo deseara, nunca podría amarle… la necesitaba demasiado.
-Casémonos!!- le suplicó él, casi gritando y con las lágrimas brotando irremediablemente de sus ojos.
Ella sintió un escalofrío que consiguió disimular y esta vez, le miró fijamente. Quería estar en cualquier otro lugar, pero permaneció quieta frente a él, más hermosa que nunca a sus ojos, clavándole una mirada con la que intentaba decirle un millón de cosas que a él jamás le consolarían.
Impaciente, al final, completamente fuera de sí, acabó por irse dando un portazo que a ella le marcó el alma, no sin antes maldecirla por el resto de sus días.